viernes, 11 de junio de 2010

Diario de un reportero


Luis Velázquez

DOMINGO

La integridad de Ignacio Ramírez

Ignacio Ramírez, El nigromante, uno de los reporteros más críticos de la Reforma Restaurada, que va desde Benito Juárez y Lerdo de Tejada hasta los primeros años de Porfirio Díaz, muere en la ciudad de Veracruz y sus restos son trasladados a la ciudad de México.

Su cuerpo es velado en su casa. Una casa humilde y sencilla, modesta, no obstante que Ignacio Ramírez también había sido diputado federal y ministro de Estado.

Porfirio Díaz, el presidente dictador, se traslada de palacio nacional a la casa de ‘’El nigromante’’ para dar el pésame a la familia. Y queda sorprendido de la pobreza en que vivía. Entonces, ordena al secretario de Hacienda pagar los gastos del velorio y el sepelio.

--No, señor presidente, gracias, contesta la viuda. Antes de morir, Ignacio Ramírez me dijo que si esto pasaba, le diera las gracias.

Furioso, encabronado, Porfirio Díaz abandona el velorio sin decir adiós.

LUNES

Flores Magón fallece en la pobreza

Ricardo Flores Magón, a quien Porfirio Díaz enviara 41 veces a la cárcel, editaba su periódico ‘’Regeneración’’ en la imprenta del periódico ‘’Diario del Hogar’’, dirigido por su maestro y amigo, Filomeno Mata, a quien don Porfirio había encarcelado en 36 ocasiones.

Pero sin fondos económicos, únicamente movido por sus ideales, su utopía, sus principios y convicciones, Flores Magón pedía fiada la impresión a Filomeno Mata y la deuda se fue amontonando.

Flores Magón murió de tifo (en la pobreza más espantosa) en una cárcel de Estados
Unidos, donde el dictador lo había enviado, y cuando su cadáver lo trasladaron del vecino país a la ciudad de México, tardó un mes en llegar, porque en cada pueblo reclamaban su cuerpo para velarlo y rendirle homenaje y devoción.

MARTES

Una vida consagrada al periodismo

Santiago González Nattall fue reportero en varios diarios nacionales y recorrió parte del mundo en misiones periodísticas, pues hablaba inglés y francés.
Años atrás, cuando fuera corresponsal de una agencia internacional en la ciudad de México, ganó una exclusiva, entre otras, cuando falleciera el general Lázaro Cárdenas del Río y un médico le pasara el tip, un minuto después. La nota recorrió el mundo.

Los últimos días de su vida se cobijó en el puerto de Veracruz, por órdenes del médico, pues estaba afectado del pulmón por tanto fumar y necesita aire puro, al nivel del Golfo de México.

A los 70 años de edad, nunca faltaba a la sala de redacción del periódico ‘’Imagen’’, donde además de seleccionar información del día, redactaba una columna política.

A veces, tomaba el café americano en La Parroquia y luego caminaba en el malecón, solitario, acompañado de sus recuerdos, vivencias y experiencias, para vitaminar los pulmones.

Toda su vida la consagró al periodismo y murió de un infarto en la cama, en su domicilio particular, mientras reposaba la siesta.

No heredó a su familia ni una cuenta bancaria ni una casa, más que el ejemplo de su pasión reporteril y haber paseado su integridad en varias salas de redacción, en un oficio como el periodismo, por lo regular, mal pagado aquí y en el infierno, con sueldos miserables y ofensivos a la dignidad humana, sin horarios de trabajo ni días de descanso, pues la noticia no tiene hora para ocurrir, y muchas, muchísimas veces, sin seguro social ni derecho al Infonavit para comprarse un departamentito, donde se pueda morir bajo un techo propio.

MIÉRCOLES

La muerte de un digno reportero

Juan Zanoni de la Garza vivió el periodismo de manera frenética, intensa, neurasténica, como un crítico frente al poder político.

Fastidiado de la revista ¡Basta! que Zanoni dirigía, el gobernador Rafael Murillo Vidal le envió 75 mil pesos, de aquellos, en la década de los 70 en el siglo XX, para que por favor, por favorcito, dijo el enviado diplomático, dejara de ocuparse del jefe del Poder Ejecutivo en sus portadas, que por lo regular eran duras, enjundiosas, implacables y furibundas caricaturas.

--¡Acepta, Juan, decía, reclamaba, porfiaba, el gerente de la revista, Joe de Lara, son 75 mil pesos, manito, 75 mil pesos!

Nunca, jamás, aceptó Zanoni las tentaciones, hasta que de plano, el procurador de Justicia de Murillo Vidal, Aureliano Hernández Palacios y el líder del PRI, Rafael Arriola Molina, instrumentaron un operativo para encarcelar al digno periodista, acusándolo del crimen de un gay, en el parque Zamora, del puerto de Veracruz.

Zanoni murió en la pobreza más canija del mundo y sus amigos cooperaron para comprar el féretro y el lote en el panteón.

JUEVES

Jefe racista despide a un reportero

José Murillo Tejeda era reportero del diario ‘’El Sol de México, y bohemio como el 99.9 por ciento del gremio periodístico, libaba con los amigos en las noches, los fines de semana, en la ciudad de México, para curarse la soledad, pero siempre lo hacía después de escribir y entregar las notas del día.

Una tarde llegó a la sala de redacción para escribir como a las siete de la noche, cuando la disciplina exigía y demandaba que cada reportero entregara un resumen de sus informaciones a las 17 horas para la junta de los jefes.

Apenas se estaba quitando el saco y acomodando la corbata para ponerse a teclear, el Jefe de personal de ‘’El Sol de México’’ le llamó por teléfono a su oficina.

Pepe Murillo entró al privado, y de inmediato, a la defensiva, el jefe de personal, acompañado por el médico de planta del periódico, le ordenó que caminara derechito derechito sobre la línea de un metro tendido en el piso alfombrado.

--¿Qué pasa, señor?, preguntó el reportero.

--¡Nada! ¡Vienes borracho a trabajar!

--Señor, no he tomado ni una copa.

--¡Camina sin trastabillar!, ordenó el jefe.

Y cuando Murillo se negó, el jefe ordenó que soplara ante el médico para certificar su aliento alcohólico.

Y su aliento olía a bebé recién nacido.

Al otro día, José Murillo fue despedido por el jefe de personal, que lo traía en la mira, porque era racista y Pepe era morenito.

VIERNES

El jefe autoritario

Ignacio Ramírez, homónimo de Ignacio Ramírez, ‘’El nigromante’’, que fuera el gran reportero del semanario Proceso, inició su vida periodística en el periódico ‘’El Heraldo’’.

Introspectivo, callado, discreto, humilde y sencillo, Ignacio Ramírez guardaba siempre la distancia de sus jefes, a tal grado que en aquellos años cuando desde lejos miraba venir a un jefe, hundía la quijada en el pecho y clavaba los ojos en el piso.

Una tarde entró a la planta baja del edificio de El Heraldo y Oscar Alarcón, uno de los hijos del dueño del periódico, descendía por las escaleras del primer piso, y por tanto, toparía de frente con Ignacio Ramírez.

Los dos se cruzaron. El reportero siguió caminando agachada la mirada. Sin saludar al dueño. Sin levantar la mirada para decir buenas tardes. Sin una señal de reverencia y pleitesía al jefe máximo.

Luego, el hijo del dueño, sin mayores argumentos, sin un motivo laboral, sin una razón de fondo, violando las garantías constitucionales estipuladas en la Ley Federal del Trabajo, propietario del día y de la noche, con el látigo en la mano, simple y llanamente, lo despidió…

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